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Diario YA


 

Protagonistas

Las urgencias de Neil Young

Paco Ochoa. 24 de abril.
Hay artistas que, de una forma u otra, se han ganado las reverencias de la crítica. Suelen contar con carreras ejemplares y con actitudes que son del agrado de los que inundamos los medios con noticias y opiniones. El caso es que, mientras a otros se le mira con lupa y se les exigen toda clase de excelencias, a este grupo se les perdona casi todo y así las equivocaciones son  alardes de frescura y los malos discos se convierten en propuestas arriesgadas. El ejemplo perfecto es Tom Waits, un músico, compositor e intérprete excepcional al que se le ríen todas las gracias, se le perdona cualquier exceso y jamás se le recuerda que, como suele ocurrir a ciertas edades, sus mejores momentos pasaron hace tiempo. Así son las cosas y así son también para otro de los privilegiados: nuestro protagonista de hoy, Neil Young.

Nacido en Ontario en 1945, Young es uno de esos escasos personajes que, como Dylan, Beatles, Rolling o Hendrix, han dejado para siempre su huella en la música popular. Desde aquella década mágica de los sesenta hasta nuestros días, sus guitarras, su voz y sus composiciones nos han acompañado y han marcado muchos momentos de nuestras vidas. Ha estado en grupos irrepetibles, como Buffalo Springfield o Crosby, Stills, Nash and Young, pero ha sido en solitario donde ha dado lo mejor de si mismo. Para la historia quedan obras maestras absolutas como After The Gold Rush (1970), On The Beach (1974) o Rust Never Sleeps (1979) y canciones eternas como Heart Of Gold, Tonight´s The Night o Like a Hurricane. Estamos en suma ante uno de los más grandes, lo que no quiere decir que no cumpla años, tenga problemas de salud, ya no sea un amante ejemplar y, por supuesto, que sus últimos trabajos no estén a la altura de sus días de gloria.

Algo de esto le ocurre a su flamante Fork In The Road, un disco dedicado a sus viajes con un viejo Lincoln Continental, con renovado motor ecológico, que derrocha improvisada electricidad por casi todos sus surcos. Grabado con veteranos compañeros como Ben Keith, y con una portada horrorosa, esta nueva grabación del canadiense huele a urgencia y a primeras tomas. Así, se suceden los temas bien interpretados, con melodías correctas, pero sin que ninguno -quizás solo se acerque Light a Candle-  despierte la emoción exigible a un talento tan extraordinario como el del viejo Neil.

Al final, el disco viaja a la estantería de la que es muy probable que solo salga en caso de mudanza. No hay que engañarse, sé que cuando quiera volver a escuchar al legendario cowboy eléctrico tendré al menos veinte opciones preferibles. 

 

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