El protagonista del día es Leandro Fernández de Moratín, porque el 24 de enero de 1806 estrenó “El sí de las niñas”, que fue uno de los mayores éxitos teatrales de todo el siglo XIX. La obra se representó durante veintiséis días seguidos, lo que para los usos de entonces era todo un récord. Acudieron a las funciones unas cuarenta mil personas; es decir una cuarta parte de la población adulta de Madrid. Es también un éxito editorial, porque desde entonces ha sido reeditada en numerosas ocasiones.

El argumento es bien conocido. Doña Irene, la madre de la joven Francisca, ha arreglado una boda de conveniencia para su hija con don Diego, un sexagenario, del que la niña no está enamorada. Francisca a quien ama de verdad es a un soldado, cuyo nombre es Félix, del que al final se descubre que en realidad se llama Carlos, además de ser sobrino de don Diego. Y las cosas, al final, acaban bien.

Una vez más un tema de siempre, el matrimonio y sus dificultades; unas veces porque los padres quieren casarlos, otras porque los Capuleto y los Montesco se interponen entre Romeo y Julieta, y otros porque vaya usted a saber que nube sale por Occidente… Y siempre es lo mismo en lo esencial, porque la naturaleza humana desde Adán y Eva es idéntica a la nuestra.

Mejor dicho, casi siempre es lo mismo. Cuando se respeta el curso normal de la naturaleza, el guión siempre es el mismo: unos protagonistas y las dificultades que hay que superar para llegar a buen puerto, lo que convertido en guión cinematográfico de película del Oeste se resume en aquello de que “el bueno mata al malo y se casa con la chica”. Pero es que como últimamente se fuerza ese curso natural, el guión ha mutado y no hay quien entienda la película, porque ahora resulta que lo moderno es que “el bueno mate a la chica y se case con el malo”.