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Diario YA


 

Los cachorros del separatismo, el arma de independentistas

Miguel Massanet Bosch.   Gustave Flaubert, escritor francés del siglo XIX, amigo de Victor Hugo, con el que viajó por Córcega y los Pirineos, fue considerado uno de los mejores novelistas de su siglo. De su obra destacan  dos de sus novelas: Madame de Bovary y la Educación sentimental. De esta última hemos querido destacar su juicio sobre los errores, cuando escribe: “Siempre queda en la conciencia algo de los sofismas que en ella se han vertido; y guarda cierto regusto de ellos, como de un mal licor”. Si, en la Constitución española, por una deficiente valoración de la fuerza de los nacionalismos por quienes la redactaron o si, el señor Suárez, tan admirable en muchos aspectos, tuvo el fallo de ceder ante el miedo de un gran avance del comunismo, durante la llamada “ transición” y permitió al señor Carrillo, un hombre sobre el que pesaban graves acusaciones de haber cometido deleznables crímenes antes y durante la Guerra Civil; podríamos achacar ambos errores garrafales al temor que reinaba en toda la clase política de que, a la muerte del general Franco, se produjeran una serie de levantamientos o desórdenes por aquellos que, se suponía, querían reimplantar el famoso Frente Popular.

No vale lamentarse de lo que entonces tuvo lugar, pero sí sacar consecuencias de los efectos de ceder, ante las izquierdas y los nacionalismos, en muchas cuestiones que, hoy en día, consideramos excesivas y preocupantes, que, sin duda, han contribuido a que el país, esta España de las autonomías, esté experimentando los efectos del excesivo poder que se les ha dado, del desmantelamiento del Estado central y de las numerosas transferencias que les han sido cedidas de modo que, al Gobierno de la nación, se le han recortado los medios de influir en ellas, de poder disponer de la facultad de intervenir directamente en materias fundamentales como son, por ejemplo, la educación, que incomprensiblemente, ha quedado en manos de los respectivos gobiernos autonómicos. 
 
Si queremos encontrar las causas remotas de lo que está sucediendo en Catalunya y el País Vasco, nos tendremos que remontar a lo que ha sido las cesiones de poder que las CC.AA han ido acumulando a través de los años; desde que España se convirtió en una democracia, al menos de boquilla, ya que todos los gobiernos que se han ido sucediendo han sido incapaces de hacer la gran reforma que debería haberse iniciado con la ley electoral, la gran causante del excesivo poder que han conseguido algunas autonomías, aquellas que mejor han sabido jugar sus bazas y sus chantajes al gobierno de la nación. El sistema de D’Hondt, por su especial método de otorgar escaños, ha sido el gran impulsor de que, minorías nacionalistas, obtuvieran un poder que nada tenía que ver con su representatividad y el número de sufragios obtenidos. Así, han conseguido convertirse en bisagra para dar mayorías a los dos grandes partidos que, habitualmente, se disputan el gobierno de la nación. 
 
Así ha sido como, los nacionalistas separatistas, los extremistas, han conseguido convertirse en árbitros de la gobernabilidad del país y, de ese modo, es como han ido acaparando, transferencia tras transferencia, que luego, les ha permitido imponer sus condiciones; algo que culminó con la exigencia de un Estatuto propio que, para vergüenza de demócratas y de aquellos órganos judiciales encargados de velar por la unidad de España y por el respeto a la Constitución de 1.978, a pesar de estar trufado de medidas anticonstitucionales, por presiones gubernamentales y amenazas nacionalistas, pudo cruzar el Rubicón del TC y convertirse en el primer instrumento legal, hacia lo que se puede considerar la antesala de la independencia. Uno de los primeros hitos que las comunidades nacionalistas han querido fijar, ha sido el asegurarse la autonomía plena en materia de enseñanza. Han conseguido convertir a las escuelas públicas, concertadas y las universidades en bastiones de la lengua catalana y en centros de adoctrinamiento; en los que se les imbuye a los alumnos un sentimiento nacionalista extremo, se pinta a España como el enemigo a batir y se les hace ver al resto de españoles como sanguijuelas que se aprovechan del “trabajo de los catalanes” para vivir a costa de ellos. 
 
Son varias las generaciones de jóvenes a los que se ha inmerso, no sólo en el uso del catalán y la postergación del castellano, reducido a un idioma marginal; sino que las aulas, con un profesorado vendido a la causa, se han convertido en ikastolas de eusquera y catalán, donde, aparte del idioma se les instruye en el rechazo a España y todo lo español. De ahí que, si hace unos años los que querían la independencia de Catalunya de España no alcanzaban el 30%; hoy, unos años después, el número de los separatistas ha ascendido al 51% de los catalanes. En el caso del país vasco basta examinar las encuestas de proyección del voto vasco, para darse cuenta de la caída del PSOE y el PP y el gran aumento que experimentan los partidos nacionalistas, como el PNV y la formación pro-etarra BILDU. La semilla ya está sembrada y las posibilidades de contrarrestar esta política, vista la negligencia con que los gobiernos del PSOE y el PP han ido permitiendo que, los gobiernos nacionalistas, incumplieran las sucesivas sentencias del TS, del TC e, incluso, de los TSJ de ambas autonomías; no nos queda más remedio que admitir que la bola separatista va creciendo, va adquiriendo mayor tamaño a medida que los gobiernos centrales siguen papando moscas.
 
¿Cuáles son los efectos de este auge nacionalista? En primer lugar, el Gobierno se ve limitado en cuanto a poder exigir determinadas políticas de austeridad, debido a que, en muchos casos, la competencia está transferida. En segundo lugar, se está creando una situación grave de desigualdad entre las distintas autonomías del Estado español, una discriminación que, curiosamente, a los que más afecta es a aquellos que precisan de la solidaridad de las regiones más ricas. En tercer lugar, por la evidente conducta obstruccionistas de los gobiernos autónomos, no gobernados por el PP que, por sistema, se van oponiendo a todas las medidas que se nos piden desde Europa, sin que ello signifique que no sigan pidiendo trato especial en cuanto a acuerdos fiscales que los sitúen por encima del resto de regiones. En cuarto lugar, tanto los vascos como los catalanes han recurrido al derecho del pataleo, utilizando para ello los recursos ante el TC, sobre aquellos temas que siguen siendo competencia del Gobierno central, para así irle obstaculizando su política de acercarnos a Europa.
 
Recuerdo que el señor Montoro, muy enérgicamente, se refirió a aquellas autonomías que no cumplieran con el Pacto de Estabilidad Financiera, sobrepasando el límite de déficit del 1’50%, impuesto por el Gobierno. A medida que pasa el tiempo da la sensación de que aquellas amenazas de intervención directa en aquella autonomía que no cumplieran con él, se van difuminando como se difuminan las amenazas del señor Werd, en educación, cuando en Catalunya nada ha cambiado en cuanto al sistema educativo y lo mismo podemos decir del País Vasco. Y, señores, como podemos quejarnos ante Bruselas de la forma en que miran con lupa la concesión de créditos a los bancos españoles, si todos sabemos que, el endeudamiento de las CC.AA, supera los 147.000 millones de euros y los únicos recortes llevados a cabo por ellas recaen sobre los ciudadanos, sin que ni los políticos, ni  las empresas públicas, ni las famosa embajadas, ni las subvenciones al cine catalán o al Teatro Lliure o a la enseñanza en catalán; siguen recibiendo las subvenciones como si no pasara nada. O Rajoy los pone firmes a todos o mucho me temo que acabaremos rescatados.