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Diario YA


 

EL PARAÍSO DE UNA ESPAÑA SIN AUTONOMÍAS

Los despropósitos de Urkullu y el problema autonómico

Miguel Massanet Bosch.  El conocido refrán castellano “cría cuervos y te sacarán los ojos”  creo que sería el más indicado para definir la situación de nuestras autonomías y la posición de los gobiernos de algunas de ellas, ante la evidente situación de deterioro de las cuentas públicas y el descontento social al que, sin duda, la flojedad del gobierno del señor Rodríguez Zapatero, sus continuas cesiones ante sus exigencias y su pasividad ante sus continuos escarceos independentistas, ha venido favoreciendo de forma insensata durante las dos legislaturas que han precedido a la llegada de Rajoy y el PP al gobierno de la nación. Lo hemos comentado infinidad de veces: es posible que, cuando se promulgó la Constitución de 1.978, las circunstancias políticas de aquellos momentos, el temor a una involución de tipo nacionalista o la incertidumbre a cerca de la solidez del primer gobierno del señor Suárez y los apoyos con los que entonces contaba; hicieran recomendable una cierta descentralización del Estado y unas cesiones que, entonces, parecieron razonables, pero que el tiempo, la evolución de nuestras políticas internas y el creciente envalentonamiento de determinadas autonomías “históricas”, que se han creído que, chantajeando al Gobierno y exigiendo cada vez más, van a conseguir sus propósitos, que se centran en satisfacer sus aspiraciones independentistas.

 
El señor Montoso ha sido claro en cuanto a la ley de Estabilidad Financiera, diciendo que todas las autonomías, sin excepción se van a tener que ajustar “sí o sí” a los topes de gasto fijados por el Estado. Sin embargo, siempre existe el peligro de que algunas autonomías, tradicionalmente más levantiscas y de tendencias independentistas, caigan en la tentación de no cooperar con los sacrificios que precisa, en estos momentos, España, y decidan mostrase ariscas, rebeldes y obcecadas, pretendiendo arrimar el ascua a su sardina en detrimento de otras, en un ejercicio verdaderamente insolidario, en unos momentos en los que la nación precisa de la disciplina y la colaboración de todos, para intentar salvar el grave obstáculo de nuestra recesión y de la falta de confianza que hemos despertado en el resto de la CE. No me gusta que se hable, demasiado a menudo, de que la señora Camacho, excesivamente proclive a alcanzar acuerdos con CIU, se empeñe en solventar las cuestiones de financiación de Catalunya, buscando salidas al famoso Pacto Fiscal de carácter bilateral, un acuerdo que, seguramente, sería mal recibido por el resto de España y que contribuiría a primar determinadas inversiones en materia de lenguaje o de “embajadas en el extranjero” a las que algunas autonomía se niegan a renunciar a pesar del alto coste que representan para sus ciudadanos.
 
Por eso, cuando escuchamos al señor Iñigo Urkullu, actual presidente del PNV, desfogarse ante sus partidarios, hablando de que es posible un “acercamiento de los presos etarras”  o de “una Euskadi en plena igualdad con el resto de naciones europeas” o de que Batasuna pueda tener una “participación política plena” o, dirigiéndose a Rajoy, pedirle que “se mueva”  para no “defraudar las expectativas de la sociedad vasca”; nos parece escuchar el eco del señor Ibarretche y sus famosas ilusiones de pedir un referéndum para declarar la independencia de Euskadi de la nación española. De aquellos polvos de la negociación solapada con ETA, de aquellas cesiones con determinados etarras excarcelados prematuramente o de aquellas concesiones del gobierno con los nacionalistas catalanes, que culminaron en un Estatut, que casi les dio la autonomía económica y la independencia de la necesaria tutela del Estado; han venido estos lodos, en los cuales parece ser que, cualquier movimiento que pretenda hacer el gobierno del señor Rajoy para poner orden en las cuentas del país, conseguir equilibrar los presupuestos de todas las autonomías y establecer una verdadera solidaridad, un mercado único y unas normas comunes por encima de las particularidades regionales, se convierta en una misión imposible destinada a tener que enfrentarse con mil recursos, quejas, manifestaciones y obstáculos de toda clase, por parte de cada gobierno autónomo, que se resiste, como gato panza arriba, a perder ni un solo ápice de sus privilegios.
 
La posibilidad de acudir a un procedimiento, hasta ahora relegado al olvido, de intervenir, en casos especiales, a aquellas autonomías que se excedan en sus derechos, que se rebelen en contra del Estado o que quieran convertirse en puntos de rebelión en contra de la Constitución española; insinuado por el señor Montoso, puede que no esté tan lejos si es que lo que se pretende es poner orden y recordarles a aquellos gobernantes autonómicos más quisquillosos, que España sigue siendo una nación, que no caben contra ella actitudes secesionistas y que, unos pocos exaltados de tendencias independentistas e idealistas de izquierdas, no han de imponernos a la mayoría de los españoles, sus utopías basadas en el desconocimiento más interesado de nuestra verdadera Historia. Ni el señor Urkullo, por mucho que desvaríe y reclame la independencia ni el señor Mas por mucho que intente suplantar al señor Casanova; están facultados para decidir, por todos los españoles, sobre lo que se les ha de dar o conceder a Catalunya o al País Vasco.
 
Lo que verdaderamente está sucediendo es que, tanto en un caso como en el otro, el PNV y CIU se han venido excediendo, para mantener controlado al electorado nacionalista, escenificando una actitud de más exigencia, reivindicativa y populista para mantener a la ciudadanía convencida de que, todos los males que tienen lugar en sus respectivas autonomías, son debidos a que España “les está robando”, “les arrebata sus derechos” y “está empeñada en conseguir su empobrecimiento” para tenerlas supeditadas al gobierno Central. Como llevan años empleando la misma cantinela, han conseguido que muchas personas de buena fe hayan acabado por creerse, a pies juntillas, que lo que les predican los políticos catalanes y vascos, es la verdad y ello, naturalmente, ha creado un estado de opinión que, cada vez más, se inclina a adoptar actitudes expeditivas. Ahora, ante una realidad económica indiscutible y, en el caso del señor Urkullo, con unas elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina; se encuentran entre la espada y la pared. Partidos nacionalistas como Amaiur. Bildu, Aralar o la misma ilegalizada Batasuna, en un totum revolutum, consiguieron en las pasadas elecciones, que el primero de ellos saliera beneficiado por el voto de una cantidad considerable de vascos y amenazan con que los buenos resultados, probablemente incrementados, los catapulten, por encima del PSOE y del mismo PNV, a conseguir unos resultados que pueden resultar históricos para los abertzales.
 
El señor Eguiguren, del PSV, ya recomienda a Patxi López que se deshaga del lastre que representa el PP. El mismo lehendakari parece que se mueva a favor de la libertad de Otegui y se manifiesta dispuesto a seguir el consejo de aquel, respecto a sus relaciones con el PP. Dos focos peligrosos, dos autonomías históricas que no quieren perder los avances logrados a costa del gobierno de Zapatero y, con las cuales, el gobierno del PP no se debiera de andar con chiquitas a la hora de fijarles los límites, las líneas rojas que no se pueden traspasar; utilizando para conseguirlo los medios que el Estado de Derecho y la Constitución les otorgan al objeto de impedir cualquier atentado a la unidad de España. En caso contrario, corre peligro la convivencia entre españoles. O así opino yo, señores.

 

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