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Diario YA


 

Protagonista del día

Luis XVI

El protagonista del día es Luis XVI, que fue guillotinado en la mañana del 21 de enero de 1793. Veamos con detalle todo lo que sucedió.

A las diez y cuarto el condenado llegó a la Plaza de la Revolución. Al bajar de la carroza se quitó la chaqueta, se desabrochó la camisa de lino y se apartó el pañuelo del cuello. Algunos soldados trataron de atarle las manos pero Luis se negó con indignación: «Haréis lo que se os haya mandado hacer, pero no me ataréis nunca».

Edgeworth –sacerdote que le asistió- le ayudó a subir los empinados peldaños del cadalso y alcanzado el palco, el verdugo Sanson le cortó la coleta y el rey accedió finalmente a que le ataran las manos, después de que Edgeworth le dijera que ese era "el sacrificio final”. Tras esto, Luis XVI preguntó si los tambores redoblarían durante su ejecución.

El condenado, logrando apartarse del verdugo, hizo ademán de volverse hacia el pueblo de Francia pero no lo dejaron, llegando a exclamar: «¡Pueblo, muero inocente de los delitos de los que se me acusa! Perdono a los que me matan. ¡Que mi sangre no recaiga jamás sobre Francia!». El verdugo refirió que el rey soportó todo eso con una compostura y una firmeza que nos asombró a todos nosotros. Estoy convencido de que sacó su fortaleza de los principios de la religión, de los que nadie parecía más convencido y afectado que él. Uno o dos minutos después de las diez y veinte, la cuchilla de la guillotina cayó sin piedad sobre el cuello de Luis XVI.

Entonces, un joven miembro de la Guardia Nacional cogió la sangrante cabeza y la enseñó al pueblo paseándose por el cadalso. La muchedumbre estalló gritando ¡Viva la República! Se empezó a cantar La Marsellesa y algunos espectadores se echaron a bailar en círculo alrededor del cadalso. Otros se entretuvieron en recoger la sangre que se había filtrado a través de los maderos del cadalso, otros la probaron. Un ayudante del verdugo subastó las prendas y el pelo del fallecido. Los guardias civiles, mientras tanto pusieron el cadáver y la cabeza en un cesto de mimbre que colocaron en un carro. El carro se dirigió al cementerio de la Magdalena, donde fue enterrado.

Y al día de hoy en las aulas de nuestros colegios se sigue explicando lo de la libertad, la igualdad y la fraternidad… La ignorancia es así de atrevida.