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ante La retirada del busto que en su honor se ubicaba en la gaditana Plaza del Palillero

Mercedes Formica: En honor a la verdad

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José María Trillo Gutiérrez. Alguien afirmó una vez que aquel que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera; no le faltaba razón, siendo esta premisa sobre la que por desgracia se configuran las sociedades actuales.

Vivimos tiempos difíciles abonados a la mediocridad, a lo simple o a lo carente de excepcionalidad, donde todo parece degradado, envilecido y sucio. Un mundo sin ideas, sin ingenio y sin criterio, en el que lo falso se hace pasar por lo verdadero y la mentira se estima como un preciado tesoro con el que construir la realidad en la que gravita todo aquello que nos rodea. Nada puede ser auténtico en una sociedad que necesita de la mentira para subsistir, y cuando la falsedad anida en lo más profundo de sus entrañas todo lo que de ella surge solo puede estar putrefacto y corrompido.

Es de toda esa podredumbre de la que se nutre la enfermedad que mantiene postrada a toda una nación y que como la gangrena se extiende por todos y cada uno de sus rincones. Es precisamente ese mal el que hace errático y confuso el comportamiento del ser humano, distorsionando en él nociones tan necesarias para su conjunto, como la de la justicia, la honradez o la equidad, quedando sus acciones, cuando esto ocurre, impregnadas de miseria física y moral. La propia consciencia de nuestra fatalidad, es la única que nos permite entender de alguna manera lo acontecido hace tan solo unas semanas en la ciudad de Cádiz, donde la cicatería intelectual, el sectarismo político y el rencor acomplejado de quienes adolecen de altura de miras, ha dado lugar a un acto cargado de vileza e indignidad.

En cualquier caso y contra lo que algunos puedan pensar, cuanto más evidente se hace la pequeñez de nuestro tiempo con mayor esplendor lucen aquellos que por su condición y méritos fueron agraciados con el don de la excepcionalidad, y ese fue el caso de Mercedes Fórmica. Mucho podríamos escribir de doña Mercedes, jurista, literata, política falangista, mujer polifacética cuyo prestigio consiguió traspasar nuestras fronteras y despertar la admiración de propios y extraños, en unos años donde eso no era nada fácil para una mujer.

Su extenso curriculum no deja lugar a dudas de la brillantez de su figura. Aun así y sin menoscabo de lo anterior, a menudo la excepcionalidad no viene determinada por los logros obtenidos en lo concreto, sino más bien por aquellas cualidades que, inherentes a la persona, hacen que ese brillo destaque sobre los demás permaneciendo inalterado con el paso del tiempo, y en Mercedes Fórmica esa cualidad residía en su profundo amor por la Justicia, algo que la hacía mayúscula en todos los sentidos, en lo terrenal y en lo espiritual, definiendo toda una vida dedicada a la búsqueda de lo justo, ya fuera en la política abrazando el ideal falangista de justicia social, en la literatura removiendo conciencias a través de una prosa magistral o en lo profesional asumiendo el ejercicio del derecho como la mejor forma de denunciar y luchar contra unos convencionalismos jurídicos y sociales especialmente injustos con las mujeres.

La retirada del busto que en su honor se ubicaba en la gaditana Plaza del Palillero, sin dejar de ser una afrenta a la memoria y al tributo que todo pueblo le debe a los mejores de sus hijos, solo es la escenificación que una sociedad insana -representada por una clase política envilecida y degradada hace de su incapacidad por reconocer donde reside lo justo, lo verdadero y lo auténtico. No obstante, el resultado y muy en contra de lo por ellos esperado, solo viene a engrandecer, aun más si cabe, la figura de una mujer que fue y será ya referente indiscutible de ese ideal de justicia que hace a los pueblos, a sus hombres y mujeres, verdaderamente libres.

 

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