Javier Paredes

El protagonista del día es Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, que falleció en París el 16 de marzo de 1930. No hacía mucho tiempo que estaba exiliado en la capital de Francia desde que abandonó el poder en enero de 1930, poder que había ejercido como dictador desde 1923.

Andrés Révész, en su libro Frente al dictador, cuenta lo siguiente sobre la vida de Miguel Primo de Rivera: “Ha sido muy amador. En sus amores los hubo altos y plebeyos. De los primeros poco ha trascendido, salvo el que tuvo con su esposa, mujer de singular virtud y belleza. Vivió pocos años. Ya viudo, tuvo un nuevo amor con una mujer, muy chula y muy madrileña. Se dice de él que ha sido un gran enamorado, que ha amado mucho, pero también se dice que ha preferido el mariposeo, a la constancia”.

Sin duda, el párrafo transcrito de Andrés Révesz es un puro eufemismo, que como según la Real Academia de la Lengua es una manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante. La ciudadanía de a pie, la que ni tiene cargos ni títulos nobiliarios, a los que no son fieles al amor debido les califican de golfos, más que de mariposas. Y no deja de ser sorprendente que toda esta gente, que por su posición debería ser ejemplar, cuando se comportan como golfos, una parte del populacho no sólo se lo perdona, sino que además le admiran por ello. Así por ejemplo, una bisnieta de Miguel Primo de Rivera, Rocío Primo de Rivera y Oriol, ha escrito: “La mayoría de los Primos de Rivera han tenido fama de ser muy mujeriegos, al tiempo que muy señores, y este éxito con las mujeres se ha ido sucediendo de generación en generación”. A Rocío le ciega la pasión familiar y el brillo de su apellido la deslumbra, hasta del punto de no ver que todas esas mujeres que conquistaron sus antepasados, a excepción de las legítimas, eran más fáciles que la tabla del cero.