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Diario YA


 

Nicolas Sarkozy, gana dos puntos de intención de voto para alcanzar una cota del 30%

Mohamed Merah: La fama, la popularidad y el tiempo

Pedro Sáez Martínez de Ubago. Hoy todos hablamos de Mohamed Merah, el sujeto que está trayendo en jaque a la policía francesa y que con sus matanzas de estos días ha conseguido influir de tal modo en el país vecino que ha hecho que su presidente y candidato a la reelección, Nicolas Sarkozy, gane dos puntos de intención de voto para alcanzar una cota del 30%. Igualmente una serie sobre la vida y los escándalos de una tonadillera lleva unas semanas copando la atención de un buen porcentaje de tele espectadores y no creo que haya muchos españoles que consigan irse un día a la cama sin haber oído hablar de Belén Esteban o de Leo Messi, como hace unos años se hablaba del quinteto integrado por fueron Victoria Beckham, Melanie B, Emma Bunton, Melanie C y Geri Halliwell, conocido como las Spice Girls o del último chiste de Fernando Morán o el empresario Manuel Luque con sus famosos anuncios de detergente y el lema “Busque, compare, y si encuentra algo mejor… Cómprelo”. Personajes, o más bien personajillos que, por uno u otro motivo han estado en boca de la gente gozando, para bien o para mal, de un tiempo más o menos efímero de popularidad, o aceptación y aplauso que uno tiene en el pueblo, y que hoy yacen en el baúl de los recuerdos de Karina.
Frente a este tipo de gente, podemos encontrar otras figuras, como el holandés Vincent Willem van Gogh, el austriaco Wolfgang Amadeus Mozart, o el español Mariano josé de Larra, casi despreciados en su día y prácticamente muertos en la indigencia, hasta el punto de que el segundo de ellos no tuvo literalmente ni donde caerse muerto; pero siglos después de su muerte todos reconocen su talento, son estudiados en colegios y universidades y su obra es codiciada por museos coleccionistas y comúnmente repetida o imitada. Éstos son personajes famosos, es decir que gozan de fama y renombre de acepción común, tomándose tanto en buena como en mala parte. Y, en efecto, no es igual la fama de Stalin que la de Teresa de Calcuta, ni la de Herodes Antipas o Alfred Rosenberg  que la de Marco Aurelio o Konrad Adenauer.
Así, hoy, cuando en un entierro de no se sabe bien quién, se ve a todos los famosillos o populares del momento, los mismos que copan las pantallas de muchas cadenas o las portadas de no pocas revistas, uno no puede menos que traer a la memoria la frase a tribuida al dejemos que el tiempo juzque si popular o famoso Woody Allen sobre que una celebridad es alguien que ha pasado su vida tratando de llegar a famoso y, cuando lo logra usa gafas negras para que nadie lo reconozca. Puede que ésos sean los personajes populares.
Por el contrario de los personajes famosos nos dejó una definición nuestro clásico Jorge Manrique en la trigésimo quinta estrofa de las Coplas a la muerte del Maestre don Rodrigo:  "Non se vos haga tan amarga / la batalla temerosa / qu'esperáis, / pues otra vida más larga / de la fama glorïosa / acá dexáis”.
Pero hoy parece que se confunden popularidad y fama y, frente al incógnito científico que día a día lucha contra el cáncer o el síndrome de Down entre los ratoncitos y las lentes de los laboratorios, el artista que desarrolla su creatividad en un humilde anonimato o investigador que desentraña los arcanos del pasado entre el polvo de las excavaciones o de los archivos y bibliotecas, y del que de vez en cuando, generalmente con motivo de algún premio de diversa reputación se escucha hablar por unos días, pero puede ser quien mejore la vida de nuestros nietos; en la época en que vivimos y no sólo en España, de crisis absoluta de valores, la fama es un concepto de marketing más que de justicia y nos abruma por doquiera todo un enjambre de famosos sin oficio ni beneficio y, lo que es peor, toda una serie de famosos heredados, es decir, aquéllos que viven de la fama de sus familiares: un Colate todo un don Nicolás ni un Pocholo un Benedicto XIII…
Es como si en nuestros días, cuando gracias a las redes sociales y medios de comunicación, debiera de ser a la inversa, la fama sólo se dignara tocar de pascuas a ramos, a un sabio, a un empresario no especulador, a un político honrado o a cualquier persona, que, a pesar de las apariencias, es la mayoría de la humanidad, honesta, digna y decente. Consolémonos y esperancémonos con Cicerón y San Agustín, pensando que “El tiempo es una cierta parte de la eternidad”; y que “las virtudes son las que hacen los buenos tiempos, y los vicios los que los vuelven malos”.
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO