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Diario YA


 

A contracorriente

Nunca está justificada la muerte de un inocente

Javier Paredes

Desde que se aprobó la inicua ley de despenalización del aborto en 1985, el número de niños asesinados en el seno materno no ha dejado de crecer en España, hasta alcanzar la escalofriante cifra del millón y medio de abortos, según datos oficiales. Y si tan abominables acciones se hacen públicas se debe casi exclusivamente a una mera razón económica: la mayoría de los abortos declarados se pagan con nuestro dinero, con los impuestos de los contribuyentes que tan generosamente distribuyen en estos centros de la muerte los gobiernos autonómicos, mediante los conciertos que las respectivas Consejerías de Sanidad establecen con los establecimientos abortistas, manchando así con sangre sus presupuestos y nuestros impuestos. La Comunidad de Madrid, presidida por Esperanza Aguirre, marcha a la cabeza y con gran ventaja en la carrera de la subvención del aborto, manchando con sangre inocente los impuestos de los madrileños.

Pero al número de criaturas inocentes sacrificadas, que oficialmente figuran en las estadísticas del aborto provocado, habría que sumar todos aquellos abortos que, por pagarse en dinero negro no se computan, aunque engrosan este mafioso negocio de la cultura de la muerte. Y a todo ello hay que añadir los embriones eliminados en las manipulaciones realizadas en las fecundaciones antinaturales, así como los abortos provocados por los anticonceptivos, la RU486 y la píldora del día después.

Ya se ve que lo poca claridad de la cultura de la muerte es solamente una verdad interesada, porque la eliminación de tantos seres inocentes se esconde tras una gran mentira. Una gran mentira que comenzó, primero con la manipulación del lenguaje denominando “interrupción del embarazo” y eliminando el término “madre” de la jerga abortista. Además la cultura de la muerte ha conseguido una gran victoria para lograr que no cambien nuestras leyes, y esta victoria la ha obtenido mediante la manipulación política que ha convencido a buena parte de los electores de que la defensa de la vida debe excluirse de los programas políticos, porque si bien la defensa del aborto sí puede formar parte de dichos programas, la defensa de la vida debe ser expulsada de los mismos, porque los provida debemos ser “apolíticos”.

Pero la cultura de la muerte, que se esconde tras la gran mentira de la manipulación del lenguaje, se va extiendo impunemente porque frente a los partidarios del aborto son pocas las voces y las posturas coherentes que apuestan por una clara y decidida defensa de la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte. Y si son pocas las voces que se alzan con claridad contra la cultura de la muerte, se debe a la gran manipulación a la que está sometida gran parte de nuestra sociedad española, a la que engañan al tranquilizar en falso sus conciencias con el señuelo del mal menor.

¡No, no hay un aborto bueno y un aborto malo! Frente a la cultura de la muerte sólo se puede oponer la cultura de la vida, sin componenda alguna, porque como en más de una ocasión ha recordado Su Santidad Benedicto XVI en este punto no hay nada que negociar. Por esta razón tan responsables de innumerables abortos son los partidarios de la ley-Aido, como los diputados del Partido Popular, que para oponerse a la ley-Aido defienden ahora la ley que hicieron los socialistas en 1985, que de hecho supuso el aborto libre y es la que ha permitido el exterminio de un millón de seres humanos.

No, la ley de 1985 no es una “ley equilibrada” como ha declarado Mariano Rajoy. Quienes defienden la ley de 1985 son tan abortistas como el que más. ¿O es que ya se nos ha olvidado que fue esa ley la permitió al doctor Morín instalar una trituradora en sus clínicas y de no haber sido por la querella que le puso Alternativa Española la trituradora de Morín seguiría funcionando? Por eso resulta de todo punto reprobable que los diputados del Partido Popular más conocidos como católicos, porque no se pierden un acto religioso de los solemnes y televisados, sean los que se han prestado a defender públicamente la ley de 1985, para seguir engañando a los católicos españoles y, así, mantener secuestrado el voto de los católicos. Rezo todos los días por ellos para que abandonen cuanto antes el partido abortista del PP, antes de les triture su conciencia o ellos la trituren ella. No nos equivoquemos, los católicos, incluidos los diputados católicos donde tenemos que ir es al Cielo, no al palacio de la Moncloa.

Y frente a todos aquellos que creen compatible la defensa de la vida con el mal menor, como si fuera posible matar sólo un poquito, frente a tanta hipocresía de los diputados católicos que sacan cabeza en la los actos de las plazas de Colón y de San Pedro, pero la esconden el Parlamento de la carrera de san Jerónimo, hay que unir nuestras voces, con claridad y sin complejos, a la de Juan Pablo II, cuando en su primer viaje apostólico a nuestra patria, pronunció con toda su energía esta inequívoca sentencia: “Nunca está justificada la muerte de un inocente”.