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Diario YA


 

las tormentarias

Por el doblaje doblan las campanas

Manuel Fernández Espinosa. Gabilondo, el ministro de educación, ha propuesto que los españoles, si queremos cine extranjero, tendremos que verlo muy pronto en su idioma original. Esta proposición se hace, según declaraciones del ministro Gabilondo, para educarnos en idiomas. Pero de prosperar la propuesta, el ministerio de educación podrá apuntarse el tanto de haber acabado con uno de los más prestigiosos sectores de la industria cinematográfica española: el de los profesionales del doblaje. Pareciera que este gobierno socialista quiera mostrar una vez más que sus ministros ejercen la “razón pura” (Gabilondo es filósofo como Kant) con el propósito de destruir todo lo que funcione en España. Pero no se trata simplemente de una labor de aniquilamiento. El cine en versión original supuestamente ayudaría a mejorar nuestra asignatura pendiente: el inglés. Pero, ¿es tan pura esta razón de Gabilondo? Adivino tras esta propuesta ministerial algo más que favorecer el poliglotismo.

Lo que esta propuesta hace es condenarnos a tener que ver, velis nolis, cine español –ya saben ustedes lo que eso significa: filmografía de pervertidos, cuando no la guerra civil española ganada por las milicias del Frente Popular. Y es que hemos de tener en la cuenta que las subvenciones al cine español, pese a los tiempos de vacas flacas que corren para todos, no se han visto mermadas, todo lo contrario las transferencias corrientes al Instituto Nacional de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales no se han congelado, como los sueldos de los funcionarios, como las pensiones que se han quedado tiesas, o como las inversiones de Fomento. La farándula cinematográfica española sigue recibiendo generosas y espléndidas subvenciones de los Presupuestos: aumentando a un ritmo del 3,8 % hasta agosto del año en curso, comparándolo con el periodo del 2009. El Instituto Nacional de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales es el organismo “autónomo” que se encarga de gestionar y otorgar las ayudas a los cortometrajes y a los largometrajes que se producen en España. Con lo que ya tenemos resuelto el enigma.

Como el cine extranjero entretiene más que las astracanadas indígenas, algo había que hacer. La mejor forma de acabar con esa funesta manía de los españoles es ponerles las películas sin doblar, a sabiendas de que, por comodidad, la mayor parte de los espectadores no hará por aprender un idioma que no le sirve en su vida corriente. Y para que se amorticen los gastos que acarrea el cine español, quedaremos a merced de los cineastas y artistas gubernamentales, para que sigan “educándonos” en la revisión histórica de la guerra civil y aquí nadie, ni el apuntador, pueda pensar por libre. La razón pura de Gabilondo no es tan pura: el golpe mortal al doblaje garantiza la perpetuación de los bodrios cinematográficos al uso entre los artífices instalados en los anejos del poder, procurándonos cine de fulanas, maricones y milicianos.