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Diario YA


 

Una voz que se oye con claridad

Rosa Diez en busca de la dignidad de los parlamentarios

Miguel Massanet Bosch

Pocas veces tenemos ocasión de escuchar a alguien, en el Congreso de Diputados, que se exprese con la facilidad, la contundencia y la falta de inhibiciones con que lo hace la diputada por UPyD, la señora Rosa Diez. Su voz potente, vibrante y a la vez matizada, llena de contenido un discurso cargado de sensatez, oportunidad y cohesión; algo que tantas veces echamos en falta en las exposiciones de los portavoces de los dos partidos mayoritarios, el PSOE y el PP, habitualmente concentradas en lanzarse directamente a la yugular del adversario político; antes de centrarse en aquellos problemas que constituyen la máxima preocupación de la ciudadanía; que no logra salir de su perplejidad viendo como, día tras día, se pierde el tiempo en discusiones bizantinas y, mientras tanto, sigue el paro, se van cerrando más empresas, nuestra deuda pública aumenta y se encarece; las calles se están volviendo cada vez más peligrosas; los políticos parece que, lo único de lo que se preocupan, es de asegurarse su propio porvenir; cuesta más llegar a final de mes; no hay medio humano de conseguir créditos de los bancos y el horizonte que se les presenta tiene, cada vez, un aspecto más sombrío y desesperanzador.

Cuando, en sesión parlamentaria, pudimos escuchar a la señora Rosa Diez poner en cuestión los acuerdos tomados por los diputados, por medio de los que (en un rapto de egoísmo injustificable en tiempos de recesión y de paro extremo), se habían asegurado unas pensiones, que sobrepasaban a las que cualquier trabajador puede conseguir después de 35 años de cotización y con la particularidad de sólo estar obligados a cotizar durante 8 años para llevarse el 100% de su retribución, algo impensable para cualquier ciudadano de a pie; no pudimos más que sentirnos trasportados a otra dimensión, a lo que, seguramente, sería lo que cualquier ciudadano consideraría sólo un sueño, una utopía, algo impensable entre nuestros parlamentarios, cualquiera que fuese el color de sus ideas. Pues, sí, señores, la señora Diez estaba pidiendo a los diputados, aprovechando los pocos minutos que se le concedían para expresarse, que volvieran atrás aquellos acuerdos, que cotizaran como cualquier otro ciudadanos y que se atuvieran a las reglas generales que la Seguridad Social tiene establecidas, tanto para el derecho a percepción de la pensión como en cuanto al cálculo de su cuantía. Rosa Diez argumentaba que, en tiempos difíciles, resulta un insulto a los ciudadanos a los que el Parlamento representa, el hecho de que se establezcan diferencias entre “sus señorías” que los favorezcan de una manera especial cuando, por otra parte, el resto de españoles están padeciendo una crisis que los lleva al paro y les obliga a apretarse el cinturón para poder sobrevivir.

Había que ver la cara del señor Rubalcaba y, en especial, la del señor Rodríguez Zapatero, cuando escuchaban el desparpajo de aquella mujer que les cantaba las cuarenta a la cara y, sin cortante lo más mínimo, les afeaba una conducta que debiera de haberles hecho avergonzar si es que, ambas figuras del elenco socialista, tuvieran la remota posibilidad de experimentar tal sentimiento. Porque, señores, no sé si ustedes se habrán fijado en esta particularidad, pero lo cierto es que, cuando se trata de aumentarse las retribuciones, de acortar el periodo de sesiones, de pagar más dietas o de reducir el horario de sesiones, es cuando se produce el milagroso evento por el que, fuere cual fuere la ideología de sus señorías, fueron jóvenes o mayores o ateos o creyentes, con una rara uniformidad, todos sin excepción, votan a favor. Sólo la señora Rosa Diez es consecuente con su ideario y se atreve a recordar a sus colegas del hemiciclo que, los diputados, están allí para servir al pueblo y no para beneficiarse de él mediante el disfrute de las consabidas panaceas, dietas y demás gabelas.

El señor Rubalcaba (estos días desaparecido para no tener que dar explicaciones respecto a lo ocurrido con los “indignados” dueños de las calles en ciudades como Madrid y Barcelona y con la, evidente, tendencia a expandirse por el resto de España), inerme ante la integridad de la líder de UPyD y superado por su dialéctica, la mira sorprendido de que aquella pequeña mujer, erguida en su escaño, le vaya poniendo a parir con la misma facilidad con la que una abuela teje calceta. Por eso suele utilizar un viejo truco que consiste en despreciar al adversario porque no tiene detrás de sí un grupo numeroso, como si, en el órgano de la representación popular, hubiera distinciones entre unos y otros y todos no tuvieran derecho a decir lo que consideraran oportuno por el sólo hecho de representar a minorías. Otro  tema sería la facultad de tomar decisiones, para lo cual es lógico que los más votados tengan más oportunidades de hacer valer su fuerza. No acabo de entender que los temas, que se aportan a la consideración de la asamblea, no puedan ser debatidos en profundidad, sólo por el hecho de que, quienes los presenten no tengan la representatividad de las mayorías.

Debo reconocer que me ha parecido extraordinariamente saludable, de una higiene parlamentaria que debiera prodigarse más, la respuesta de la señora Rosa Diez le ha dedicado al señor Rubalcaba, con motivo del rifi-raffe que se produjo, entre ambos, en el Congreso de Diputados. La señora Diez ha criticado el estilo “barriobajero” usado por el marrullero de Rubalcaba quien, al no tener argumentos con los que rebatir el discurso de la diputada, acudió al recurso preferido del que se vale para hacer sangre al adversario: sacar los trapos sucios, sabiendo que, las normas que regulan los turnos de palabra, le otorgan el poder hablar en último lugar, lo que aprovecha siempre para dar la puñalada trapera. El hecho de sacar a relucir que, cuando la diputada militaba en el PSOE estuvo como consejera de Turismo en el gobierno de Ardanza, como si, con ello, le acusara de haber colaborado con el nacionalismo; no es más que un golpe bajo carente de cualquier justificación ya que entonces, la señora Diez, estaba encuadrada en el PSOE y se limitaba a cumplir con lo que se ordenaba que hiciera, independientemente de que ella no participase en absoluto de las ideas del señor Ardanza. Vaya, es como si le achacáramos a ZP el ser nacionalista sólo porque ha hecho concesiones al PNV para que le apoyaran en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado del pasado 2010.

El motivo del intento de descalificación a cargo del señor Rubalcaba, de la diputada señora Diez estaba fundamentado en la andanada que esta señora le largó, en plena línea de flotación, allí donde más le duele al candidato, a dedo, del PSOE, y es que no le gusta nada que le recuerden, como lo ha hecho la diputada de UPyD cuando le ha acusado de ser “corresponsable” de la crisis política, económica e institucional por la que atraviesa el país. Para la portavoz de UPyD lo que le ocurre al señor ministro de Interior es que “ha perdido los papeles” y que para no contestar a preguntas que lo ponen en apuros recurre al estilo “barribajero”, añadiendo: “Él está para contestar y no para hacer preguntas a la oposición”. Y, en un tema en el que somos muchos los que estamos de acuerdo con la señora Diez, ha rubricado “Si éste es el que tiene que construir los consensos para el futuro de España, apañados estamos”.En fin, duele decirlo, pero si el PP tuviera entre sus dirigentes a una persona de la talla humana y política de esta trabajadora del Congreso, otro gallo le cantara. O eso es, señores lo que opino yo.