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Diario YA


 

Protagonista del día

Santo Tomás de Aquino

Javier Paredes

Soy de los que piensan, que hasta para ir de excursión hay que hacerlo con profesionales. Por este motivo he pedido a mi amigo el filósofo, José Escandell, titular de la cátedra Santo Tomás de Aquino del CEU que me mande un texto para el protagonista del día. Esto es lo que me envía:

El protagonista del día es Santo Tomás de Aquino. Hace hoy setecientos treinta y siete años que falleció Fray Tomás de Aquino, de la Orden de Predicadores, conocido también como el Doctor Angélico, quien fuera canonizado el 18 de julio de 1323 por un Papa de Aviñón, S.S. Juan XXII.

«Grande y universal fue el sentimiento por su muerte», dice el benemérito Santiago M. Ramírez. Y añade: «San Alberto Magno, que por divina revelación la conoció en el mismo instante de acaecer, prorrumpió en lágrimas y sollozos, diciendo: “Ha muerto mi hijo fray Tomás, flor del mundo y luz de la Iglesia”».

Resulta, pues, que la Divina Providencia, cuya principal atención, como es bien sabido por tanto conspicuo, es la de organizar el gobierno de los pueblos y sembrar la democracia en todas partes, dejó por un momento sus trascendentales ocupaciones y se entretuvo, aunque por un motivo que se nos oculta, sin duda inescrutable, en transmitir a un fraile dominico en Alemania, sin teléfono, correo electrónico ni paloma mensajera, sino por alguna vía extraña y poco científica, que había fallecido un discípulo suyo más bien voluminoso. Y esto es bello e instructivo, como dice mi amigo Eulogio, porque parece que la Divina Providencia a veces hace cosas poco serias.

A lo mejor es que el orden real y verdadero de las cosas es diferente del que pensamos que es. Con nuestro ocuparnos tanto de tantas cosas, igual se nos ha olvidado aquello evangélico que suena tan raro en latín: Porro unum est necesarium. Fue el fraile de Aquino un sujeto tímido, estudioso, rezador, modesto y obediente. A lo mejor no es necesario hacer mucho ruido para iluminar el mundo con la luz de la fe y del amor.

Resulta, sobre todo, que su obra intelectual se ha situado enseguida en el corazón mismo de la fe cristiana. Esto significa que quien se pone ante Tomás de Aquino se coloca de inmediato ante la fe de la Iglesia Católica. Digamos, para tranquilidad de susceptibilidades, que nadie está obligado a creer en Santo Tomás, sino que la obligación más bien es la de creer en Cristo. Sin embargo, Cristo y Santo Tomás estaban juntos encima del altar que presidía las sesiones del magno Concilio de Trento: unos Evangelios y la Suma de Teología.

No hay salida. La crisis de nuestro tiempo es la crisis de la Iglesia. La crisis de la Iglesia es también la crisis de nuestra atención hacia Santo Tomás.