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Diario YA


 

hay mucho orgullo, mucha sobre valoración y excesivo auto bombo

Un Honorable que se pasa de rosca con la señora Camacho.

Miguel Massanet Bosch

“El hombre sin educación es la caricatura de sí mismo”. El filósofo, poeta, lingüista hispanista Friedrich Schlegel (1.772-1.829), uno de los fundadores del Romanticismo, en su obra Kritische Fragmente, fue quien nos dejó este pensamiento que, si queremos ser fieles con nuestro entorno, si nos fijamos en las relaciones humanas de nuestros tiempos y en el profundo cambio experimentado por la ciudadanía en poco menos de un siglo, no nos quedará más remedio que admitir que, en la actualidad, pocos habría que no fuesen efectivamente “ la caricatura de sí mismos”. Sí señores, hay costumbres que han dejado de tener vigencia suplidas, seguramente, por la deshumanización paulatina en la que van cayendo las personas; la creciente falta de respeto por el prójimo ; el desprecio por los problemas ajenos y la sobre valoración de los propios; el orgullo desmedido y el egoísmo, motivados por el egocentrismo cada vez más frecuente entre la sociedad y, en general, la expansión de la seudo filosofía relativista, con sus nefastas consecuencias en relación con las reglas de la convivencia entre personas civilizadas.

Y no piensen que sólo este fenómeno tiene lugar entre los miembros de las jóvenes generaciones que, evidentemente, también, sino entre personas aparentemente sesudas, ilustradas, formadas que debieran de haber recibido una buena educación en sus familias. Claro que, la “mala educación”, en el sentido de la falta de respeto, de carencia de escrúpulos en el trato a otra persona; de incomodar al prójimo con nuestras palabras o con nuestra actitud, de olvidarnos de las más elementales normas de cortesía con nuestro prójimo; no pueden medirse por igual con todas las personas ya que ello, en la mayoría de casos, está en relación con la educación familiar que recibe cada miembro de una comunidad. Es obvio que en condiciones de pobreza, de carencia de medios para subsistir dignamente, de falta de formación y de pertenecer a determinados ambientes sociales marginales, no ayuda a que este requisito para la convivencia esté generalizado entre sus miembros. Lo que resulta más decepcionante, más incomprensible y menos disculpable es que personas, individuos que han tenido todos los medios para aprender a tratar a los demás con el decoro debido, sean los que, en muchas ocasiones, menos saben comportarse con sus conciudadanos.

Y es que en nuestra sociedad, como he indicado anteriormente, hay mucho orgullo, mucha sobre valoración y excesivo auto bombo; fruto, seguramente, de la facilidad con la cual, la vida moderna, permite la ascensión vertiginosa de algunos personajes a los más elevados estadios de la fama, la riqueza, el poder y la notoriedad. En muchos casos se debe a las cualidades personales, el esfuerzo, la inteligencia y la agilidad mental de quienes consiguen el triunfo; en otros, lamentablemente, basta con un golpe de suerte; una oportunidad especulativa; un físico agradable o, en muchos casos, el carecer de escrúpulos para atreverse a hacer lo que cualquier persona, respetuosa con la ley, nunca se atrevería a hacer. No quiere entrar en detalle respecto al tema de las circunstancias que han convertido a un individuo en personaje importante, pero sí pretendo referirme a la facilidad con la que se pueden convertir en personas fatuas, egocéntricas, intratables y endiosadas; incapaces de consentir una opinión en contra o de admitir que alguien pueda sostener una determinada opción política distinta de la suya.

Y, en este contexto, no me queda más remedio que referirme al Muy Honorable don Jordi Pujol, expresidente del Govern de Catalunya y, actualmente, presuntamente retirado de la actividad política pero que le ocurre, como a todos estos abuelitos “cebolleta”, que no es capaz de dejar en paz a quienes le sucedieron y pretende mantenerse en el candelero cuando su edad, sus reflejos y su intransigente nacionalismo separatista ya no están, como sucedía antes, controlados por un cerebro lo suficientemente calculador para saber que, en muchas ocasiones, es mejor frenar los instintos en bien de sí mismo y de los posibles efectos que, unas palabras desafortunadas, pueden producir cuando se dicen sin calcular la repercusión y las consecuencias de las mismas dentro de un tiempo y un entorno determinados.
Lo curioso es que, el señor J.Pujol, alguien que estuvo en entredicho en un tiempo por un feo asunto de Banca Catalana; desde que adquirió notoriedad como dirigente de CIU y posteriormente como presidente de la Generalitat, no se ha venido caracterizando por su modestia ni en sus discursos ni en sus memorias ni, por supuesto, en su pos física; que se manifiesta con una expresión que intenta poner de persona enfrascada en grandes pensamientos, que está por encima del resto de mortales y que, en Catalunya, todo quisque le debe rendir reverencia. Muy bien, si a él le gusta parecer un patriarca de la Catalunya separatista, que con su pan se lo coma. Otra cosa es, no obstante, el que se permita tratar, desde la TV3 catalana, de “vanidosa”, con una ensayada condescendencia, con un paternalismo demodé y, permítaseme decirlo, con una evidente falta de educación, a la presidenta del PPC, Alicia Sánchez Camacho. También calificó al señor A.Vidal Cuadras de “orgulloso” y, para culminar su maratón de calificativos, evidentemente molesto por el hecho de que la presidenta del PP catalán pidiera que se dejara de darle subvenciones millonarias al Omnium Cultural (Una entidad catalanista de objetivos claramente nacionalistas), para dárselas a la Sanidad.

Aquí el señor Jordi Pujol parece que no supo contenerse y lanzó un exabrupto contra la señora Camacho, cuando dijo que “no se le tenía que hacer ningún caso”; añadiendo como colofón: “Debería tener más contención… Escucha chica, compórtate, compórtate”. Bien, es evidente que el señor Pujol confundió a la señora Sánchez Camacho con una colegiala a la que se la puede corregir. No tuvo en cuenta que se trata de la presidenta de un partido, el PP, que tiene la mayoría absoluta en toda España, en la que, mal que le pese a don Jordi, está incluida Catalunya; con el añadido de que, gracias al apoyo del PP, han conseguido sacar adelante los presupuestos del 2012. Con sus palabras, no sólo ha faltado a una señora que, aparte de abogada laboralista, jueza sustituta y con un master en Administración pública, ha ocupado importantes cargos en la Administración pública, durante el gobierno del señor Aznar; sino que ha tratado con desconsideración al partido al que ella representa, el PP, y ha venido a establecer una suerte de tope a lo que cualquier miembro del parlamento catalán pueda decir u opinar sin que nadie, ni el señor J.Pujol, pueda impedirle proponer lo que considere conveniente. En ocasiones, se le debería decir al señor Pujol que se contuviera y no se pusiera nervioso porque, si bien se mira, la señora Camacho anda cargada de razón cuando, evidentemente, no parece muy sensato dedicar millones a subvencionar a una entidad nacionalista si, por otra parte, se van recortando partidas en Sanidad.

Y es que, en el tema de las autonomías españolas, visto lo que ha ocurrido en muchas de ellas, lo abultado del déficit que han cosechado los pasados años, la cantidad de problemas que vienen dando al Estado central y lo poco que parece que están contribuyendo a la unidad del país, así como a las continuas exigencias que siguen haciendo en demanda de más financiación; quizá fuera conveniente que se modificara la Constitución para limitarles facultades y someterlas, en muchos aspectos, al control directo del Estado. Eso sí con educación. O esta es mi visión, señores, sobre este problema.