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Diario YA


 

Una foto del Ratón Ayala

Luis Montero Trénor. Sigue siendo El Rastro un mercadillo donde casi todo puede encontrarse. Las mañanas de domingo, cuando el Sol empieza a calentar las calles de un Madrid que huele a churros y sabe a pereza, cientos de puestos se levantan de forma aparentemente anárquica y ofrecen al curioso cachivaches, bártulos dudosamente útiles, ropa a precio de ganga, libros, comics, discos, aparatejos electrónicos y objetos varios que parecen haber sobrevivido a mil y un naufragios. Y allí, aunque España entera parezca contaminada por la infausta manía de reglamentar, prohibir o gravar hasta lo más insospechado, aún llega hasta nosotros el dulce aroma de un tiempo que ya no es.

Así, entre vendedores de barquillos y niños intercambiando cromos con la astucia de las serpientes, emerge un puesto lleno de fotos futboleras que interesarán a quien  añore el pasado no tan lejano de un deporte pródigo en tipos recios y fieles a unos colores. Una estampa del Ratón Ayala, ese prodigio, encabeza el desfile de caras imposibles de olvidar para los que crecieron bajo el signo de aquel fútbol tan distinto al que ahora contaminan representantes, cláusulas de rescisión, derechos de imagen y un campeonato con nombre de banco. La última vez que el vertiginoso Ratón levantó un título hacía año y medio de la muerte de Franco, y resulta difícil dejar de mirar atrás sin ira -tal y como reclamaba la música jarchera de la época- , pero con una nostalgia infinita. “¿Dónde estabas tú en el setenta y siete?”, pregunta una de las canciones más rockeras de Loquillo, y resulta que los niños raros del Atleti pasaban los domingos escuchando Carrusel Deportivo y esperando que aquel “ti-ti-ti-ti” anunciador de goles no supusiera un mazazo para sus sueños más queridos, que siempre vestían de rojo y blanco.

Bucear en esos recuerdos es lo mismo que poner nombre y apellidos a paraísos irreversiblemente perdidos, y aquel edén infantil lo resumía la melena excesiva y orgullosa de un fenómeno que era pura estampida futbolística, carrera con olor a gol y terremoto de diez grados en la escala Richter del balompié. Dicen que los niños de internet preguntan a sus padres por qué son del Atleti -aunque estos últimos años habrán derrumbado no pocas dudas -, pero en aquella época  no hacía falta: eran colchoneros por artistas como el Ratón Ayala. Y aunque coincidiendo con su decadencia irrumpiera la estrella de otro argentino llamado Diego que era -decían todos- el mejor, a ellos se les antojaba poca cosa comparado con el melenudo. Éste, además de ser único, vestía la camiseta perfecta.

En aquellos años más que maravillosos todavía estaban mal vistas las trampas,  las aficiones aparecían mezcladas en la grada y ganar un trofeo veraniego o el partido homenaje a Pirri sí que importaba. Otros tiempos, otro fútbol y -sobre todo- otros futbolistas. Porque si Ayala tenía a Pereira, Rubio o Leivinha defendiendo su mismo escudo, otros grandes equipos contaban con las maravillas de Santillana, Juanito, Quini, Kempes, Dani... Y  los más pequeños querían ser como ellos sólo por lo buenos que eran, sin necesidad de reclamos publicitarios ni trescientos programas diarios alrededor del balón.  Después llegó la modernidad para decirnos que todo valía si había pasta de por medio, martirizarnos con el disco rayado del “clásico del siglo” o contarnos minuto a minuto la pugna entre Messi y Cristiano, que ya sólo suena a tedio y a monotonía de lluvia tras los cristales.

Y mientras, los niños raros que cantaban goles de Ayala siguen siendo del Atleti. El suyo -cierto-no es más que un club, pero sí el equipo capaz de obligarles a urdir, durante años, pretextos que justificaran extrañas y repetidas ausencias a cenas, fiestas, bodas y todo tipo de eventos. No se lo reprochen, han cambiado poco y el melenudo tiene la culpa.