
Manuel Parra Celaya. Una ola de antijudaísmo recorre Europa. No digo de antisemitismo, porque entiendo que los dos bandos en guerra abierta en Oriente Próximo se reconocen en el mismo origen étnico.
Ahora, en nuestros lares, el debate parece centrarse en un simple tema lingüístico: “genocidio” sí o no, aunque nuestro Gobierno se ha decantado de entrada por la primera opción; dicen que hay palabras en propiedad, como esa misma y la acuñada tras la 2ª GM de “holocausto”, pero prefiero atarme al significado que da la RAE de “matanza de seres humanos”, sin precisar víctimas y victimarios.
Reconozco que no soy para nada experto en política internacional y solo me guío por las noticias y por el sentido común, pero ya opiné hace tiempo que, a diferencia del conflicto ruso-ucraniano, lo que se está viviendo en Oriente es, en el fondo, una guerra de exterminio, en la que ambos bandos, más que poner en juego estrategias defensivas u ofensivas, de ocupación de territorios o de soberanías, tienen en mente la desaparición del enemigo de la faz de la tierra; así parecen indicarlo las declaraciones y las actitudes de unos y de otros.
Volvamos al principio, y parece claro que, muy por encima de cuestiones puramente humanitarias, esa “ola” tiene todo el sello de haber sido creada por medio de consignas claras y específicas de la llamada “izquierda trasnacional”, con aportación en primera línea de viejos conocidos de los servicios de inteligencia. Mientras, la derecha, aun permitiéndose coincidencias de carácter filantrópico y humanitario con sus oponentes, apuesta, entre líneas, por la supervivencia -defensiva y ofensiva- del Estado de Israel, amenazada como sabemos desde su creación en 1948.
Obviemos por un momento la inevitable propaganda de guerra que nos sirve imágenes dispares según de las cadenas que tengan más preponderancia, e intentemos situarnos, no en un plano de equidistancia neutra (imposible ante un desastre humano como el que nos ocupa), pero sí alejados de consignas. Lo primero que nos llama la atención es que parecen desconocerse otras guerras que tienen lugar en este momento, también pródigas en exterminios de población y hambrunas, como, por ejemplo, la de Sudán o la constante masacre de cristianos por parte de islamistas radicales en diversos lugares.
Llama también poderosamente la atención que los movimientos feministas, incluso ataviados con el correspondiente kufiya en las manifestaciones, no mueven ni una pestaña ante la total y completa cancelación de la mujer bajo la sharía…Al parecer, ahí no hay consignas de protesta y sí de silencio completo.
Quedamos, pues, en que la ofensiva antijudía procede de la izquierda; he contemplado pintadas callejeras a los que solo les faltaban al pie cruces esvásticas para refrendar las frases rotundas. Por otra parte, siendo objetivos, no toda la comunidad israelí está de acuerdo con la política de Netanyahu, con lo cual a este observador imparcial -y, repito, nada experto- la cuesta sacar las cuentas claras y opinar de forma no partidista.
De forma que prefiero reflexionar sobre mi entorno inmediato y preguntarme cuál puede ser el interés nacional, el de España, en este momento en que suenan por doquier tambores de guerra. El actual Gobierno, como hemos dicho, ha tomado una postura clara y definida, obediente a las consignas y, sobre todo, al apoyo de los grupos que integran el conglomerado Frankenstein: un delenda est…sin concesiones al Estado israelí.
Por otra parte, la Europa a la que pertenecemos histórica y culturalmente y, velis nolis, a su concreción en la U.E. titubea a la hora de tomar decisiones, no existen unanimidades al respecto, pero parece inclinarse a la difícil postura de crear un Estado Palestino sin Hamás; recordamos, a todo esto, que la Comunidad Internacional concedió en su momento esa extraña denominación de Autoridad Nacional Palestina, que no era ni chica ni limoná, como se dice popularmente.
Es la misma Europa que tiene en su seno el terrible problema de su creciente islamización, con constantes oleadas de población musulmana; se empieza con la creación de guetos iniciales, con peticiones y súplicas, para llegar, cuando se tiene la fuerza necesaria, a exigencias casi de obligado cumplimiento; no hay ni que decir que España se está encontrando en esa situación, que empieza ser alarmante en determinados lugares, por ejemplo de Cataluña.
Tampoco olvidemos la vecindad de nuestro amigo marroquí, al cual el Gobierno de Pedro Sánchez otorgó el antiguo territorio del Sahara español, sin que mediaran entonces consignas en la izquierda ante el desafuero que contradecía incluso las recomendaciones de la ONU. Ese amigo es una especie de lanzadera de inmigrantes musulmanes, nunca ha desistido de poner en duda la españolidad de Ceuta y de Melilla, pero parece contar con el beneplácito del Gobierno de Sánchez. Curioso.
¿Cuál es el verdadero interés de España a todo esto? No lo sé con exactitud, pero no creo que apostar todas las cartas a un bando es peligroso. Reflexionemos al respecto a la hora de adoptar posturas: ni unos ni otros de los enfrentados en Oriente Próximo nos van a conceder privilegios ni amistad especial, amén de que uno de ellos tiene a sus espaldas al primo de Zumosol americano –despreciado por Sánchez- y, para el otro, formamos parte de ese Occidente impío que debe ser conquistado, sea por las armas, sea por el vientre de sus mujeres, como dijo hace años un presidente argelino.
¿Ven? En lo de impío y vacío de valores les podemos dar la razón. Pero sin bajar la guardia y pensando en el interés nacional, no en las consignas de unas facciones del Gobierno.