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José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

CULTO AL EGO

Manuel Parra Celaya. Los partidos llamados mayoritarios (no por el número de afiliados, claro, sino por la abundancia de sus votos cautivos y fieles) siguen a la greña, como no podía ser menos, en lógica continuidad de su historia y la no menos lógica de su status constitucional como únicos cauces reales de representación para los ciudadanos que les mantienen en su fidelidad.
    Cualquier  observador verdaderamente imparcial, al modo de las “Cartas persas” de Montesquieu o de su versión hispana de las “Cartas Marruecas” de Jovellanos, supondría que, una vez encaramados en el poder, se dedicarían a su misión principal, es decir, procurar el bienestar de los ciudadanos, la satisfacción de las muchas necesidades de la sociedad, y en esta tarea deberían esforzarse, poner de manifiesto sus diferentes propuestas, llegando a acuerdos o manteniéndose en sus trece en función de los apoyos que recibieran en el Legislativo de otras formaciones, también teóricamente representantes de unos votantes. Pero no: su principal dedicación y esfuerzo es desgastar al adversario, sacar a relucir sus miserias, ocultar o disimular las propias, y quedar triunfantes en la estrategia del ventilador, que esparce porquería por doquier.
    Me temo que los españoles ya nos hemos acostumbrado a este tipo de política sucia, y, por ello, el voto de los jóvenes, o se queda sin depositar en las urnas, o se decanta por opciones consideradas más limpias, más sinceras y claras, aunque sean minoritarias. Ya es sabido que la partitocracia hace imposible la democracia, aunque, de momento, esta conciencia general quede en un brindis al sol a causa de las leyes electorales. 
    Tras los últimos (o penúltimos) escándalos de corrupción dineraria y moral, ha vuelto a tocar el turno a la guerra de los currícula, consistente en escudriñar al modo Poirot o con fontanerías ocultas cuántos de ellos están falseados, para desacreditar a los tramposos ante la opinión publicada.
    Las primeras páginas de los medios acostumbran a llenarse de estos apasionantes asuntos y menos, por ejemplo, de la guerra comercial entre EE. UU. y la U.E., que parece que ha llegado a un ten con ten entre la señora Van der Leyen y el señor Trump. Tampoco la guerra curricular preocupa mucho a los nacionalistas, que bastante tienen con preocuparse de si Valencia se escribe acento grave o no.
    Pero, volviendo al tema de los currícula (este es el plural latino correcto), nos preguntamos por la causa profunda de tantas falsificaciones y mentiras, y no se nos ocurre otra explicación que un desaforado culto al ego por parte de la clase política, que, en vez de mostrar un trabajo humilde y efectivo para la Nación, prefieren adornarse con plumas de pavo real, ostentando doctorados, másteres y licenciaturas inexistentes; nadie puede negarse a aceptar, por otra parte, que un servidor público que solo terminó el bachillerato o la Formación Profesional pueda tener más capacidad . conocimiento de su ramo e inteligencia natural a la hora de ejercer su cargo en el ramo de su especialidad. 
    Si, en lugar de partitocracia viviéramos en una democracia real y de contenido, los verdaderos representantes, por ejemplo, elegidos por los trabajadores del ramo del metal o del mundo agropecuario, entenderían mejor los problemas de las fábricas o serían más capaces de hacer frente a la tragedia de la España vaciada; y no digamos del humilde concejal de un Ayuntamiento, conocedor de los problemas municipales, más que aquel correveidile, gruñón y ordenancista, con coche oficial que retrató sagazmente Berlanga en su “Bienvenido, Mr. Marshall”. 
    Quedamos, pues, en que el falseamiento de los currícula obedece más a la zona personal del ego o al prestigio y vanagloria de su partido; evidentemente, al mentiroso solo le queda la opción de desaparecer por el escotillón y despedirse de su carrera política…salvo que sus agarraderas sean tan potentes como mantenerse en la mentira, a sabiendas de que sus votantes tendrán poca memoria o desinterés por la verdad.
    Un tema paralelo -en el que no entraremos ahora por falta de espacio- es el de la vida laboral de los políticos de los partidos, que suelen limitarse a los pinitos en las juventudes de estos, para ir escalando cargos, sin haber pasado nunca por el tajo y sufrir las preocupaciones de los ciudadanos no afiliados.
    Pocas veces en mi vida he sacado a pasear mi título de Doctorado (que es real) e incluso siento cierta desazón cuando aparece citado con ocasión de algún trabajo; claro que un servidor no es político, ni aspira a hacer carrera a expensas de los conciudadanos. Ni confía en este simulacro de democracia…
 

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