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Diario YA


 

una bandera separatista canaria ondeando sin tapujos en la sede del Cabildo de Lanzarote

Ante la bandera nacionalista en el cabildo de Lanzarote: Responsabilidad de generaciones

Manuel Parra Celaya. No he sido entusiasta nunca de las actitudes apocalípticas ni de las tesis conspiratorias; las primeras chocan frontalmente con mi idea de la libertad del hombre, opuesta a todo fatalismo o determinismo, y las segundas, por su simplismo reduccionista, no tienen en cuenta la complejidad del ser humano y de las sociedades que este ha ido creando.

No obstante, mi “lado oscuro”, ese que no obedece a criterios de razón y nace de las profundidades del inconsciente, me viene martilleando de forma obsesiva con que acaso exista un plan preconcebido para que España no supere, como entidad histórica, los límites de esta generación.

Como si no tuviera bastante con el ahogo directo que produce en mi inteligencia y en mi sensibilidad el proceso sedicioso del separatismo catalán, no dejan de lloverme noticias de idénticas expresiones de secesionismo y de antiespañolidad en otras regiones: paradigmático es el caso vasco, históricamente siempre al remolque del de mi tierra desde que Sabino Arana llegó a la Barcelona decimonónica para tomar clases de racismo, que entonces estaba muy de moda por estos pagos; a su vez, los fanáticos de por aquí quisieron emular, durante la Transición, la estrategia del terrorismo etarra con aquella “Terra lliure” de la que nadie quiere acordarse ahora; en Galicia, sigue un perenne debatirse entre el regionalismo poético y reivindicativo de Rosalía y un nacionalismo exaltado, aun de poco calado social; ni Castilla ni Andalucía ni Aragón se libran ya del virus, por más que adquiera carácter minoritario y casi residual; Valencia y Baleares son feudos del imperialismo de “els països catalans”, del mismo modo que lo es Navarra del bizcairratismo. Y, recientemente, me llega la información de una bandera separatista canaria ondeando sin tapujos en la sede del Cabildo de Lanzarote…

En esta estúpida “Operación retorno” en que estamos metidos los españolitos de hoy, la meta no es empalmar con la Segunda República –como pretende la izquierda de Zapatero, Iglesias y demás hermanos mártires-, sino con la Primera, la de los Cantones, enfrentados entre sí y dispuestos a declarar la guerra al Imperio Alemán (ahora, a la señora Merkel) o a Francia, o al sursuncorda… Por lo tanto, mis pensamientos, en este momento, son contradictorios: entre la suposición racional de que, en el fondo, se trata de una disputa entre la Aldea Global y la Pequeña Aldea, y la visceralidad de que “haberlas haylas”. Lo peor es la evidencia de que, desde los teóricos centros de alta responsabilidad del Estado, nadie parece oponer a esta “disbauxa” (nunca mejor dicho, en catalán) más actitudes que las que provienen de recetas legalistas, de pobres argumentos macroeconómicos o de discursos ocasionales ante foros europeos. En general, predomina, como siempre, el interés de partido frente al interés general. Un amigo me envía una frase certera, rejón de fuego para la estupidez reinante: “Si hay un idiota en el poder, es porque quienes lo eligieron están bien representados” (entiéndase poder en cualquiera de sus dimensiones: de partido, municipal, autonómico…).

En consecuencia, ha dejado de preocuparme la España de esta generación, a quien pudiera aplicarse este lema de forma certera. Me angustia, en cambio, la España de las siguientes generaciones, la que vamos a dejar –si Dios quiere- a nuestros hijos y nietos. España es una tarea transgeneracional, que no puede moralmente destruir una decisión aberrante de una generación desnortada. Me planteo, cada día más, lo esencial: el concepto de España; y ya no con aquella clasificación orteguiana entre la oficial y la real, pues ambas están sumergidas hoy en este marasmo, sino, en términos joseantonianos, entre la España Metafísica, a la que reputo de eterna, y la España física, esté saliendo o no de una crisis económica coyuntural pero inmersa en una crisis de sí misma mucho más grave y profunda. España fue construida, a trancas y barrancas, por muchas generaciones anteriores y hay que entregarla, “mejorada la herencia que nos dan” –como dijo el poeta García Nieto- a las sucesivas; su concepto debe prevalecer por encima de las vicisitudes históricas, de las reformas constitucionales y del juego interesado de los partidos.

Desde esta perspectiva, me sobrarían los juegos de la política, si es que no hubiera que transitar por ellos, los dislates de los separatistas, si fueran frenados a tiempo, y las matizaciones jurídicas o macroecómicas. Nunca perdamos de vista que debemos responder a un tema de responsabilidad transgeneracional, no a un debate frívolo en el que “los idiotas están bien representados”.

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