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Diario YA


 

SUBLIMINAR LA VERGÜENZA

No entretenemos nuestros ocios en diseñar modelos de Ejército propio

Manuel Parra Celaya. Oigan, de verdad, que los catalanes no somos así; mejor dicho, una gran parte de los catalanes no entretenemos nuestros ocios en diseñar modelos de Ejército propio, en calcular el número de fragatas para una hipotética Marina o en formar pilotos de Aviación, para efendernos de Madrit o para conquistar manu militari els paissos catalans díscolos a la obediencia del generalísimo Artur Mas.
Siento vergüenza, no ajena en este caso porque me siento catalán y, por tanto, español, por los dislates con que, día a día, nos obsequian los separatistas y que pueden llevar a muchos ciudadanos a la sospecha de que, en esta tierra nororiental de España, ha sobrevenido un viento de locura –a la manera que dicen que la Tramontana perjudica a los ampurdaneses- o un huracán que empuja a la estupidez y al ridículo, que no sé qué es peor.
Para subliminar este sentimiento de vergüenza –y, a ratos, de irritación inevitable, con los consiguientes deseos de salir a la calle haciendo el signo de la higa sin el menor pudor- recurro a la literatura, por deformación profesional, e intento reflexionar sobre el presente como si fuera material en las manos de nuestros autores, y no precisamente como ese “espejo situado a lo largo del camino” que decía el bueno de Sthendal.
Me imagino que nuestros nacionalistas identitarios están suministrando referencias para que, dejando volar la imaginación, las plumas de don Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, de don Francisco de Quevedo –este con su mala uva habitual- o de don Miguel de Cervantes, humorista de marca, corran raudas sobre el papel para reflejar las ocurrencias de la “Asamblea Nacional de Cataluña”, fiel sostén (con perdón) de Artur Mas y de su jefe Oriol Junqueras. Acudo a estos autores, en primera instancia, porque creo que ninguno de ellos ha sido reivindicado como de origen catalán, como le ha ocurrido, por ejemplo a Teresa de Cepeda y Ahumada, ya de, de lo contrario, les hubieran colocado el sambenito de “botiflers” o malos patriotas.
¿Se imaginan ustedes un nuevo capítulo de El Lazarillo de Tormes en el que, junto a mendigos, hidalgos, bulderos, prestes o alguaciles, salieran reflejados personajillos tan curiosos como los que están a punto de diseñar el uniforme de campaña del “President” de la Generalidad de Cataluña? No quiero extenderme en este punto para no suministrar datos que convertirían nuestras geniales novelas picarescas en una más grave “literatura negra”, a base de corrupciones y mafiosos.
O, acudiendo a un tiempo más cercano, repaso mentalmente imaginarios artículos de Mariano José de Larra, que tendría motivos más que suficientes para comprobar que “todo el año es Carnaval” y para volver a pegarse un pistoletazo en la sien, y esta vez no por problemas de amores. Por supuesto, lamento profundamente que don José Mª del Valle-Inclán falleciese en 1936 y no alcanzase a ver este espectáculo, porque sus “esperpentos” hubieran sido de antología, superando con mucho los que intentaban reflejar la Corte de Isabel II.
Pero no solo nuestros clásicos tendrían material para su mordacidad; pienso ahora en Erasmo de Rotterdam, tan admirado por nuestro Emperador Carlos, que, en su “Elogio de la Locura” nos suministra ideas que se me asemejan pintiparadas para el “proceso soberanista” de algunos de mis conciudadanos; lean, si no, estas líneas: “¿Y qué diré de aquellos que confían en que, empleando ciertas palabras mágicas y oraciones inventadas por un piadoso inventor (por ejemplo, el “España nos roba”, digo yo), ya para salud de las almas, ya para acrecentar su bolsa (¡qué gran acierto!), se prometen nada menos que las riquezas, los honores, los placeres, la abundancia, una salud siempre robusta, larga vida, una vigorosa vejez, y al final un sitio en el paraíso junto a Cristo (tal las asociaciones eclesiásticas que tienen convocado un acto de apoyo a la separación tal día como hoy)…”
No quiero recurrir a los autores de nuestros días, porque del más gran de ellos, don Arturo Pérez-Reverte, todos conocemos como piensa al respecto.

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