
Manuel Parra Celaya. Hace unos días me pareció muy oportuna la bronca y legionaria respuesta de Arturo Pérez-Reverte a las insinuaciones -de momento, solo insinuaciones- sobre cómo se debe hablar y escribir, qué expresiones se decretan como non gratas y, en general, cuáles son las directrices que deben presidir la comunicación entre los españoles. Recuerdo que en el curso de una clase en la Facultad -hace, ¡ay!, bastantes años- un profesor de lingüística, sacerdote por más señas, afirmó en el aula que solo las dictaduras se atreven a dirigir el lenguaje de los pueblos; al decir esto, puso un ejemplo del italiano en la era de Mussolini, pero, significativamente, guiñó un ojo a la concurrencia, gesto que mereció algunas sonrisas en el auditorio por su “osadía” (estoy refiriéndome a los años 70 del siglo pasado); creo que el franquismo no había intervenido nunca en el lenguaje ciudadano, ni siquiera cuando se explicaban chistes sobre Franco en los bares en voz alta.
Fidel García. En esa joya de la gran literatura española, Libro del Bueno Amor, un manual del Ars amandi cristiano relatado por el clérigo vitalista y festivo, Juan Ruiz, más conocido como Arcipreste de Hita nos relata en cuaderna vía, una de las expresiones más clásicas del arte literario español, una batalla grandiosa de proporciones gastronómicas y litúrgicas, porque no solo de carne vegana o verdadera, vive el hombre. Don Carnal, representado por un obeso varón con su ejército de carnes, que lucha dos días contra una dama escuálida rodeada con sus pescados, en pleno Carnes- Tolendas.