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José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

AULAS PELIGROSAS

Manuel Parra Celaya. No es ético, de manera alguna, frivolizar sobre el tema del bulling en nuestras aulas, toda vez que, además de su dimensión ética y educativa, ha ido llevando a algunos niños y adolescentes al suicidio.
    Aunque no se llegue a este extremo, no se puede desconocer la angustia de quienes son objeto de burlas, de intimidación o de saña sin paliativos, aunque no suelan aparecer en las televisiones o en la prensa; hacerlo supondría conceder una patente de corso a quienes se consideran por encima de los demás y cuyo menosprecio al débil atenta contra la dignidad humana. 
    Si hacemos un poco de historia -incluso personal- reconoceremos que el bulling ha existido siempre, especialmente contra aquellos alumnos que presentan algún rasgo que los hace diferentes al conjunto de la clase; es ya clásica la tirria al empollón, al que hace puntualmente sus deberes, al que lleva gafas, al que tiene alguna anomalía física, al débil, al que no da pie con bola en los partidos de fútbol… Mil y una causa, que nunca razones, que ocasionan que los machotes (o machorras, que en este punto no hay distinción de sexos) se ceben en otros compañeros. No hay ni que recordar que los móviles y las redes sociales, en la actualidad, han proporcionado armas a esos indeseables.
    Pero ¿cómo se resolvía el problema en otros tiempos? Si el agredido tenía arrestos, la frase “te espero en la calle”, con todo lo punible que pudiera ser para el educador avisado, podía obrar milagros, sobre todo si el agresor belicoso se arrugaba ante el reto; normalmente, se resolvía el litigio con cuatro bofetadas, jaleadas, eso sí, por quienes componían la masa, informe y cobarde, de los compañeros de aula.
    No se trata de hacer apología de la violencia, pero a lo mejor cabe con respecto a este punto la diferencia abismal que existe entre el pacífico y el pacifista…; dudo mucho que mis antiguos colegas -recuerdo que soy un jubilado- acepten esta diferencia, especialmente cuando las modas sociales han cambiado tanto en cuando a valores.
    En otras ocasiones -sigo hablando de recuerdos- ponía fin a la historia la actuación de un profesor enérgico o del director del centro (aquello de “te llama el director a su despacho” ponía los pelos de punta a los supremacistas del aula); omito comentar cómo resolvían a veces la cuestión el profesor o el director de marras, sobre todo porque contaban con el respaldo de unos padres y madres de familia que no tenían inconveniente en respaldar con sus cachetes, ya en casa,  los que hubiera podido recibir en el colegio el chulillo de maras. Claro que tampoco se trata de respaldar la violencia, pero reconozcamos que en muchas ocasiones era mano de santo…Hoy, impensable, pues la fuerza de la ley caería sobre docentes o padres maltratadores.
    Y precisamente esta fuerza de la ley es la que se pretende poner en práctica por parte del Gobierno (si le dejan los votos de Junts), al proponer una serie de medidas legislativas que afronten los casos de bulling; traducido en román paladino: burocracia sobre burocracia, textos farragosos que deben saber de memoria el profesor o los componentes del equipo directivo y que establecerán plazos y medidas correctoras de acuerdo con la norma; siempre contando, por supuesto, con intervención de los psicólogos, que deberán elaborar sus informes, con el Consejo Escolar, que derivará en una especie de parlamento, y, sobre todo, oídas las partes implicadas y los testigos, si es que los hay y se prestan a ello.
    No existe un bálsamo de fierabrás -mucho menos el que se propone- para hacer frente al problema del bulling; desde la distancia que impone la jubilación, me atrevo a sugerir la puesta al día de dos conceptos, ambos hoy considerados peligrosos y políticamente incorrectos: una educación completa en todas las dimensiones (y dejando de lado, si es posible, a los pedagogos de despacho) y la restauración de la disciplina en aulas y centros escolares. 
    Por la primera, el niño y el adolescente que se sientan en un aula, no solo están recibiendo información, sino formación; y, en esta, cabe ampliar aquello de los valores, que muchas veces queda reducido al panegírico de la tolerancia (mal entendida) y a los usos sociales en boga. Por la segunda, el alumno debe reconocer que existe una jerarquía, representada por el docente, que no es un colega para hacer más entretenida la clase, y que está en su mano imponer sanciones.
    No dejemos de lado el papel de las familias; sin llegar a una generalización injusta, muchas de ellas actúan respaldando por sistema al retoño y en contra del profesor; mala praxis, que forma parte de la brutal infantilización de toda una sociedad, incapaz de ser resiliente, confiando en la sobreprotección de las familia ilusas o del papá Estado, y que desconoce el significado de términos como responsabilidad, uso recto de la libertad, respeto al que es diferente y convivencia sana. 
    Nada de eso se contempla en el hipócrita rasgamiento de vestiduras con que la sociedad política y la prensa asisten a los casos de bulling y a los consecuentes intentos de suicidio o a su escalofriante realización.

 

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