
Manuel Parra Celaya. Los escándalos de corrupción se suceden sin tregua unos tras otros, al modo de las cerezas que se encadenan en su cesta, sin que sea posible detectar hasta dónde llegarán las pesquisas ni cuándo terminará lo que tiene visos de novela negra, o pornográfica, según se mire. La prensa y las cadenas de televisión aún no intervenidas tienen abundante material para llenar sus portadas día tras día.
Los partidos de la oposición claman por un adelanto electoral o por una cadena de dimisiones, empezando por la cabeza; varias voces internacionales se asombran y echan las manos en la cabeza, en comprobación de aquello tan antiguo de España es diferente, pues, de darse ese cúmulo de despropósitos en sus respectivas naciones, los lógicos deseos de los adversarios del sanchismo se habrían hecho realidad hace mucho tiempo. Incluso, muchas voces del propio partido socialista se unen a estas peticiones, y, últimamente, una tímida rebeldía ha empezado a asomar en esos colectivos de artistas e intelectuales que siempre llevaban sus firmas a los manifiestos entusiastas.
Manuel Parra Celaya. No ganamos para sorpresas. Tras unos días de noticias convulsas y de burdos espectáculos en la televisión, regresé a las páginas de Azorín, sin más pretensión que -como se titulaba aquel viejo programa- el alma se serenase; no buscaba ninguna conseja o alivio moral, y solo el placer de repasar una prosa maravillosa que me empuja de vez en cuando a un determinado estante de mi biblioteca.
Pero he aquí que, en su libro “Rivas y Larra” encuentro un curioso comentario sobre este último, aquel que no sabemos si se suicidó por un amor frustrado o por el dolor de España; decía así Larra, en su prólogo a “Palabras de un creyente” de Lamennais: “Tan liberales somos, tan allá llevamos el respeto debido a la mayoría, al voto nacional, a la soberanía del pueblo, que no reconocemos más agente revolucionario que su propia voluntad”.
Manuel Parra celaya. Algunas veces he manifestado una duda que considero razonable:¿sigue vigente la Constitución de 1978? Me lo pregunto como ciudadano de a pie que está obligado a acatar las leyes de la sociedad en la que vive, pero no soy abogado constitucionalista -ni de ninguna otra rama del Derecho-; tampoco he manifestado nunca fervorines entusiastas hacia nuestra Ley de Leyes, pues mantengo bastantes incógnitas históricas acerca de las circunstancias en que fue elaborada. Pero dura lex, sed lex, es lo que tenemos y no hay que darle muchas vueltas a esta altura de la película.
Manuel Parra Celaya. Hay que saber conciliar un tipo de lectura de evasión con otros más profundos en los momentos en que los asuntos cotidianos nos dejan libres, sobre todo, además, con la necesidad de atender el aluvión de noticias que nos van llegando, imprescindibles para no quedar en un fuera de juego límbico.
Así, ante las turbulencias informativas del presente, debemos elegir textos que confieran placidez al alma; ante estupideces sin cuento, busquemos autores cuya sensatez e inteligencia hayan sobrepasado con creces el paso de los años e, incluso, el de los siglos; ante la evidencia de desafueros, leamos sabias consejas fundamentadas en valores permanentes.
Manuel Parra Celaya. ¡Qué le voy a hacer si me pasan desapercibidas noticias que encandilan a una inmensa mayoría de compatriotas! Esto representa un inconveniente y, a la vez, una ventaja a la hora de tomar la pluma: con respecto a lo primero, puede ocurrir que me quede ayuno de temas de actualidad, en perjuicio de los lectores; en relación a lo segundo, me evito caer en el tópico o en la repetición insulsa de lo que ya han escrito o van a escribir otros, posiblemente mejor dotados para la tarea que este articulista aficionado.
Por esos motivos, no caí en la cuenta de que se celebraba el Festival de Eurovisión hasta que algunos titulares o los cansinos telediarios me informaron al respecto, no tanto de la calidad de las canciones o de la actuación de los participantes, como del numerito que protagonizó la televisión oficial del pedrosanchismo y de las reacciones ya sabidas.
Manuel Parra Celaya. Este humilde articulista, que es creyente y practicante, leyó con cierta sorpresa un titular de La Vanguardia de Barcelona que afirmaba, de entrada, que “la cifra de personas no creyentes cae en España tras siete años de aumento”. Luego, la lectura completa del artículo tenía cierta morbosidad por provenir del informe elaborado por la “Fundació Ferrer i Guàrdia”, si recordamos que este fue Gran Maestre de la Masonería o, por lo menos, un alto grado de la misma; la noticia está basada, según se dice, en datos estadísticos del CIS, del INE y “elaboraciones propias”, como aseguraba el texto de la periodista Silvia Oller.
El mencionado artículo seguía diciendo que “todavía es pronto para extraer conclusiones”, pero una posible causa de ese decrecimiento podría estar -¡cómo no!- “en los relatos de la extrema derecha”; de todas formas, se recuerda firmemente que “hoy más de una cuarta parte de la población es agnóstica y atea”.
Manuel Parra Celaya. (Confesión previa al lector: cuando estaba, pluma en ristre, empezando este artículo, se fue la luz -apagón general, “O”, o como quieran llamarlo-; lo reanudé, claro, al día siguiente, pero no quise cambiar el tema iniciado ni acudir a la palpitante actualidad de cómo diantre se pudo quedar toda España a oscuras; suficientes analistas se dedicarán a ello, eso sí, sin que nunca lleguemos a saber las verdaderas causas.)
Manuel Parra Celaya. Por supuesto, no se me ocurrió el día de Sant Jordi (fiesta del Libro y de la Rosa en Cataluña) adquirir “La solución pacífica”, del que es autor al parecer José Luis Rodríguez Zapatero. Y ello por varias razones; entre ellas, porque mi ya colmada biblioteca particular no admite espacio para tales publicaciones y sí para autores de prestigio en sus ideas -aunque no coincidan con las mías- y de probado estilo literario; además, si alguna vez me desvelo, acudo a contar ovejas o a repasar las greguerías de Ramón, con lo cual mi sueño suele ser apacible y sonriente.
Me limité, por ello, a leer la entrevista que al Sr. Rodríguez Zapatero le concedió “La Vanguardia” (6-IV-25), nada menos que por mano de Enric Juliana, adjunto al director de ese medio y destacado en Madrid. En resumen, se puede decir aquello de nihil nuovo sub sole, por ser sobradamente conocidas las ideas del que fuera, por desgracia, presidente del Gobierno español, ahora revelado, al parecer, como conspicuo estratega nacional e internacional.
Manuel Parra Celaya. El neologismo “resignificar” que ha empleado el Gobierno para sus trapacerías sobre el Valle de los Caídos -y que parece que han aceptado y asumido algunas jerarquías de la Iglesia Católica- debe entenderse como “nueva significación” o “cambio de significado”.
Es decir, que según estos planes el Valle ya no sería un monumento dedicado a honrar a todos aquellos -y recalco el todos- que ofrecieron su vida por una España mejor, sino una especie de museo de los horrores para olvidarlos y denigrarlos; en el paquete están incluidos los Mártires por la Fe reconocidos por esa misma Iglesia cuyas jerarquías (algunas, todo hay que decirlo) se ponen de perfil ante la profanación de sepulturas o firman sin mucha conciencia, y quizás por intereses, lo que se les pone delante.
Manuel Parra Celaya. ¡Menos mal que el humor español no amaina y nos sirve de antídoto contra la invasión de simplezas que se pregonan por doquier! ¡Lástima que no tenga grandes efectos sobre la manipulación! Corre ahora por las redes (la he recibido por varios conductos) la versión carpetovetónica del tan recomendado kit se supervivencia ante un presunto conflicto: una maletita lleva de ibéricos; y añaden una coletilla: “Sirve también para mantener alejado el principal y evidente peligro: la islamización”.
Luego está el tema de los búnqueres o refugios… Hasta ahora, nos llegaban noticias de lejanos lugares donde personas y familias, movidas por una prevención que uno juzgaba, poco piadosamente, como enfermiza, ya tenían dispuestos un búnker en el sótano, y en algunas películas se reflejaban conductas de asociaciones o grupos que se estaban entrenando en técnicas de supervivencia ante lo que creían inminencia de un desastre nuclear; el comentario más común era aplicarles el apelativo piadoso de majaretas o el consabido comentario hispano, quizás de raíces estoicas, de “Hay gente para todo…”