
Manuel Parra Celaya. O, si lo prefieren, y con perdón, el culo y las témporas. Sin pretender sentar cátedra de antropólogo, me voy a referir a cuestiones que, desde el punto de vista de una lógica elemental, no guardan relación entre sí, pero se ven imbricadas en las conciencias por causas ajenas a su naturaleza.
Pongamos como primer ejemplo la política y el fútbol; aquella puede considerarse, según las versiones que consultemos, una ciencia o un arte; el fútbol consiste (según algunos) en un deporte; según otros, en un espectáculo; y, según mi humilde opinión, en un negocio. Pero las respectivas hinchadas se apresuran a vivirlo con fanatismo irredento, adaptando los colores de sus equipos a la opción política más radical que encuentren a su paso (y no digo ideológica pues no acostumbran a entender de ideas), sobre todo si el equipo rival enarbola con idéntica pasión símbolos enemigos.
Manuel Parra Celaya. Es evidente que todos los regímenes que han existido en el mundo han procurado que los ciudadanos se acomodaran a las ideas predominantes, fuera de forma directa o indirecta, mediante el recurso del cine. Al proclamarse como panacea social el dogma de la libertad, puede darnos la impresión de que cualquiera tiene barra libre para transmitir sus (respetables) ideas mediante una película, en la confianza de que los espectadores aplicarán su raciocinio y aceptarán o no el mensaje; por un momento, hagamos omisión del importante aspecto de quiénes la van a subvencionar, pues, si se trata de instituciones públicas, es muy probable que el guion y el montaje deban adaptarse -hoy por hoy- a la corrección política.
Manuel Parra Celaya. Es difícil opinar desde la lejanía y la carencia de conocimientos técnicos, pero eso no nos evita a quienes habitamos en las ciudades -más o menos cómodamente- angustiarnos , en lugar de adoptar una actitud de indiferencia, ante las catástrofes de todo tipo que afectan a los lugares de la España rural. En primer lugar, por un mínimo sentido de la solidaridad y de amor al prójimo (pues, a veces, nuestros prójimos no coinciden en demasía con algunos próximos…y ustedes me entienden); en segundo lugar, por patriotismo, pues son, en definitiva territorios hermanos los que sufren las arremetidas de las danas o la vorágine de las llamas, sean cuales sean los culpables y sus motivos.
Este verano, en concreto, se nos hace casi imposible abrir un periódico o seguir las noticias del televisor con impasibilidad; a veces, no puedo evitar que salgan imprecaciones de calibre de mi boca ante el dantesco espectáculo de los incendios; y que conste que no me centro en los presuntos pirómanos (que haberlos, haylos, según dicen), sino en los demagogos e inútiles, a los que, de momento sin acritud, prefiero calificar con el moratiniano apelativo de expertos a la violeta.
Manuel Parra Celaya. Muchos atesoramos en los años juveniles hermosas utopías que proporcionaban fundamento a la rebeldía, a modo de horizontes a los que arribar. Conforme esos hitos ideales se iban dilatando y difuminando en el espacio y en el tiempo por mor de las circunstancias, incapaces de ser vencidas por la voluntad, podía cundir el desánimo, al entender, desde un uso estricto de la razón, que no se trataba más que de sueños inalcanzables. Quedaban como meras palabras encerradas en los textos, en debates y conferencias, y se iban difuminando en la memoria y en los deseos; luego, el transcurso de la vida y sus realidades y exigencias los iba arrinconando, tanto en su uso como en su capacidad de representar el leit motiv del idealismo de antaño.
Manuel Parra Celaya. Y, en concreto, la cristiana, para que no quepan dudas. Así, nuevamente se ha provocado una polémica con la presentación de un cartel con el que el Ayuntamiento de Barcelona quiere simbolizar las fiestas de la Patrona de la ciudad, Nuestra Señora de la Merced. Una sospecha clara es que, con el acto que presidía el señor Collboni, se pretendía suscitar una controversia pública para publicitar el mencionado cartel, a su creador y reafirmar el carácter laicista del Consistorio.
Manuel Parra Celaya. Si Churchill o Napoleón hubieran dicho todas las frases ingeniosas que se les atribuyen, no hubieran tenido tiempo material para hacer nada de lo que consta en los libros de historia. Viene esto a cuento por una reflexión personal de estos días de verano, plagados de noticias de incendios intencionados y de tensiones internacionales.
Verán ustedes: por mi edad y circunstancias debería estar incluido en la condición conservadora que el premier británico atribuía a quienes habían superado con creces la rebeldía adolescente y juvenil; sin embargo, no me considero de esa condición, y cada día más soy más contestatario ante las reglamentaciones y prohibiciones que nos circundan tan abundantemente.
Es más: soy manifiestamente reacio a dejarme encasillar en la estúpida dicotomía de la política actual, entre “conservadores” y “progresistas”, cuya nota de originalidad (¿) y anacronismo la pone el gobierno de Pedro Sánchez al resucitar el manido vocablo de “fascismo” para todo el que le contradice en sus desafueros.
Manuel Parra Celaya. Cualquier observador verdaderamente imparcial, al modo de las “Cartas persas” de Montesquieu o de su versión hispana de las “Cartas Marruecas” de Jovellanos, supondría que, una vez encaramados en el poder, se dedicarían a su misión principal, es decir, procurar el bienestar de los ciudadanos, la satisfacción de las muchas necesidades de la sociedad, y en esta tarea deberían esforzarse, poner de manifiesto sus diferentes propuestas, llegando a acuerdos o manteniéndose en sus trece en función de los apoyos que recibieran en el Legislativo de otras formaciones, también teóricamente representantes de unos votantes. Pero no: su principal dedicación y esfuerzo es desgastar al adversario, sacar a relucir sus miserias, ocultar o disimular las propias, y quedar triunfantes en la estrategia del ventilador, que esparce porquería por doquier.
Manuel Parra Celaya. La política -eso que llaman política y que en este momento no es más que miseria e inmundicia- nos envuelve por doquier y llega a suplantar cualquier otra referencia de nuestro entorno. Por ello, hoy me cierro en banda a que estas líneas prevacacionales incidan en las mezquindades que envuelven nuestra vida nacional; acudo, por elevación, a lo que el pensador Alberto Buela denomina metapolítica, que resumo con sus palabras: “Mera actividad cultural que precede a la acción política”, y que explica como postura de “desmitificación de la cultura dominante cuya consecuencia natural es quitarle sustento al poder político”.
Manuel Parra Celaya. La vida de San Miguel de los Santos transcurrió dedicada a la devoción a la Eucaristía y a la caridad; nació a finales del siglo XVI en la localidad de Vic (Barcelona) y falleció en Valladolid a los 33 años; fue canonizado en 1862 y su fiesta se celebra (o celebraba) el 8 de junio.
Un amigo de la Orden trinitaria, a la que perteneció el Santo en cuestión, me había ponderado el fervor popular que suscitaba su figura en su ciudad natal, hasta el punto de que me había propuesto una nueva visita a la capital de la comarca de la Ausona (u Osona) para coincidir con la fiesta dedicada a San Miguel; pero he aquí que -parafraseando un viejo refrán sin el menor asomo de irreverencia- “el hombre propone…pero el separatismo dispone
Manuel Parra Celaya. No vale confundir ñoñerías con niñerías, por favor; esta segunda palabra se refiere a cosas de niños, que suelen ser muchas veces simpáticas y graciosas, aunque a veces ciertamente molestas, pero disculpables por la ingenuidad que las preside.
Ñoñerías aparece en el diccionario de la RAE como “acción o dicho propia de persona ñoña”, y esta viene definida como “apocada o de corto ingenio”; si se refiere a objetos inanimados, es equivalente a algo “soso, de poca sustancia”. En cuanto a las posibles sinónimas, aparecen los términos “apocado”, “asustadizo”, “remilgado”, “melindroso”, y también “gazmoño”.